miércoles, 22 de septiembre de 2010

El ejército en las calles

Por JOSE MARIA TOJEIRA

Poner masivamente al ejército en las calles es un error. Lo que se necesita es menos ejército y más policía. Lo demás son recetas ya experimentadas y fracasadas. La presencia masiva de miembros de la Fuerza Armada en un barrio puede, en el mejor de los casos, devolver durante un tiempo la tranquilidad a sus habitantes. Y decimos en el mejor de los casos porque el exceso de fuerza suele ser tentación permanente para los militares. Además sería una tranquilidad temporal. Los delincuentes no tienen más que emigrar a otro sector del país y comenzar de nuevo su espiral de violencia.

Hoy la delincuencia tiene una organización en red que le facilita enormemente la movilidad. Creer que con presencia militar se va a calmar el tema es simple y sencillamente un sueño. Lo que es necesario es más labor de investigación e inteligencia, mejor servicio policial, más cercanía a la población.

Y por supuesto un proceso de despistolización de la sociedad riguroso. Para ello lo que se necesita es mayor número de policías y no presencia del ejército en las calles. Por eso la respuesta al problema de la violencia no debe ser militar, sino policial. La solución no es soldados en la calle, sino en todo caso para aumentar realista, rápida y económicamente el número de miembros de la Policía Nacional, trasladar, con la debida formación y utilizando el mismo presupuesto, a una porción del ejército a la propia policía.

En medio del debate sobre si poner o no a la fuerza armada en la calle, un general de Brigada decía que el ejército estaba formado para definir y no para investigar. Y que si le daban un objetivo concreto ellos definían. Pero si se les daba un objetivo falso, que la responsabilidad de los hechos (la definición) cayera sobre la Policía Nacional o las autoridades políticas.

Este tipo de discurso refleja muy bien la mentalidad del ejército. Están formados para la guerra y el choque y no para la investigación, el apoyo al ciudadano o el respaldo a autoridades como la Fiscalía, el sistema judicial, etc. Poner al ejército en la calle entraña siempre el peligro de respuestas masivas y con exceso de fuerza a cualquier desorden. Y el exceso de fuerza siempre trae consigo víctimas inocentes.

Algunas personas piensan que disminuir el número de oficiales y soldados en el ejército, aumentando con ellos las filas de la Policía Nacional tras la debida formación, es una táctica para eliminar a la fuerza armada. Al contrario.

Lo que puede en definitiva hacer absurda a la fuerza armada es ponerla de nuevo en el escenario previsible de un uso no racional de la fuerza. Si en la actualidad la fuerza armada tiene prestigio en la opinión pública es porque se retiró a los cuarteles, dejó de violar derechos humanos fundamentales como lo hacía durante la guerra y renunció a interferir en la vida política del país.

Y aunque todavía tenga la deuda histórica de pedir perdón por los crímenes del pasado, la opinión pública le agradece su retiro civilizado a los cuarteles. Ponerla en la calle para una función para la que no está preparada y para la que tampoco es idónea, es exhibirla y ponerla en un verdadero peligro de críticas y de desprestigio.

¿Qué hacer, entonces? Mientras no se debata con seriedad la ampliación rápida, adecuada, cualitativa y sistemática de la Policía Nacional, tal vez pueden aumentarse los grupos de tarea conjunta, pero con la adecuada inducción y formación a los miembros militares y bajo el control operativo y mando de la Policía Nacional. La idea de traspasar miembros del ejército a la Policía Nacional y reconvertirlos en policías sólo trataba de aportar una solución rápida a la necesidad de más policías que tiene este país. No a involucrar a la fuerza armada en labores de seguridad para las que no está preparada. En ese sentido el desafío sigue.

Necesitamos más policías, más agentes capacitados en investigación, más cercanía a las comunidades y vecindarios. Además de las medidas preventivas, económicas y sociales que nos incorporen a un desarrollo más equitativo.

Rector de la UCA, El Salvador
Sacerdote Jesuita

Fuente: Tiempo.hn

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